15 sept 2012

Abusos a jovencitas muestran llagas raciales


ROCHDALE, Inglaterra.— La joven adolescente estaba sola en el mundo: sin amigos, sin novio y con una precaria relación con sus padres. Por eso, se sintió especial cuando un hombre decenas de años mayor que ella le prestó atención, le compró chucherías y le dio alcohol gratis.
Luego la llevó a un cuartucho arriba de un local de kebabs y le dijo que tenía que darle algo a cambio. Sus demandas crecieron: no sólo sexo con él, también con sus amigos. La situación se prolongó durante años, hasta que la policía acusó a nueve hombres de dirigir una red sexual con niñas menores de edad.
La historia de la “Chica A”, como se le conoció en la corte, es cuando menos trágica, pero también se ha vuelto explosiva. Las chicas son blancas y los hombres que las usan como juguetes sexuales son asiáticos musulmanes, en su mayoría paquistaníes criados en Reino Unido.
No sólo se trata de Rochdale: alrededor de una decena de otros casos de musulmanes asiáticos acusados de seducir mujeres jóvenes blancas para tener relaciones sexuales están lentamente entrando en juicios en el norte de Inglaterra, involucrando hasta cientos de jovencitas en total.
En el Reino Unido actual, que se enorgullece de ser una sociedad tolerante e integrada, el caso ha desgarrado el velo para exponer las llagas raciales que yacen debajo. También alimenta una fuerte ira en contra de la minoría musulmana asiática en el país, un movimiento dirigido por los grupos de extrema derecha, en momentos en que la economía está estancada.
“Uno no puede ignorar el aspecto racial”, dijo el fiscal Nazir Afzal, un musulmán británico con raíces en Paquistán que terminó varios años de indiferencia oficial ante la difícil situación de las niñas y, finalmente, llevó a juicio a los responsables. “Es el elefante en la habitación”.
Una ciudad perfecta
A la distancia, Rochdale parece como una perfecta ciudad inglesa, con la iglesia parroquial de 800 años de St. Chad que mira desde arriba las calles y el ayuntamiento victoriano gótico que yace abajo, su torre de reloj que rememora la londinense que alberga al Big Ben.
De cerca se ven más claramente los defectos, como dientes faltantes en las que algún día fueron sonrisas resplandecientes. Un importante número de los locales en el centro están tapiados o se han convertido en casas de empeño o tiendas en las que casi todo se puede comprar por una libra (1.60 dólares) o menos.
La comunidad paquistaní empezó a crecer hace medio siglo, cuando las fábricas de tejido de algodón empezaron a florecer en el pueblo. Los recién llegados, la mayoría de ellos procedentes de poblados rurales pobres, fueron atraídos por la promesa de trabajos estables y la oportunidad para educar a sus hijos en las escuelas inglesas. Una cantidad de mezquitas empezaron a formar parte del escenario, particularmente la Mezquita Dorada, ganadora de varios premios de diseño.
Actualmente, los hombres barbados musulmanes con tocados decorados y mujeres en batas negras y velos son una presencia constante en las calles del centro de la ciudad. Casi un millón de paquistaníes viven en Inglaterra —mucho más que en cualquier otro país europeo—, con unos 25 mil establecidos en la zona urbana de Manchester, que incluye Rochdale. La comisión de igualdad del gobierno reportó que más de la mitad de los paquistaníes en Reino Unido viven en la pobreza, mucho más que la población general, con poco menos del 75% sin ahorro formal.
Enfrentan tiempos duros actualmente. Los locales cerrados son señales de una profunda recesión que ha golpeado el norte de Inglaterra más que el sur, que incluye Londres, con su distrito financiero y los suburbios acaudalados. Las fábricas de algodón tienen mucho tiempo cerradas, los heraldos del periódico local son pesimistas y fatalistas: “Se triplica el número de indigentes”, “fuerte incremento del desempleo juvenil”, “más personas solicitan ayuda de vivienda”.
Incluso el McDonald’s local, mucho tiempo referente en el centro de la ciudad, se mudó. Fue en este ambiente en el que la “Chica A” perdió el control una noche del verano de 2008. Luego de beber demasiado alcohol, la joven de 15 años fue al local de kebabs en la vecina Heywood, el lugar donde conoció a su “novio”. Empezó a gritar y a despedazar el sitio. Cuando llamaron a la policía, ella les dijo que había sido violada en repetidas ocasiones y mostró su ropa manchada de semen como prueba.
Los detectives de la policía de Manchester concluyeron que la joven, que era menor de la edad requerida para dar consentimiento, decía la verdad, pero la fiscalía recomendó no presentar cargos criminales porque el jurado podría no darle credibilidad a una joven perturbada, con problemas de alcoholismo y una vida sexual activa. El caso fue desestimado discretamente luego de 11 meses de investigaciones.
El abuso se intensificó. La red de predadores creció; el círculo de víctimas se ensanchó. En un momento, llegó a haber al menos 47 víctimas o testigos.
La joven era sacada de noche, forzada a tener relaciones sexuales con más y más hombres, en ocasiones hasta cinco al día, en los coches o trastiendas de restaurantes o en departamentos sucios. Los hombres la amenazaban si se quejaba. No parecía haber escapatoria alguna. Estaba atrapada en un mundo secreto de actos sexuales que tenían lugar a altas horas de la noche, cuando la mayoría de la gente en Rochdale estaba guarecida en sus hogares.

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